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10 de mayo de 2020

Duelar el Ego


Dejarlo morir. Matar la humanidad. Aniquilar la carne.
Sobrevivir en alma: en amor, si todo se trata el final del día, del amor. De cuánto amor has dado, de cuánto amor te has dado, de cuántas cosas has hecho con amor y de cuántas otras has dejado de hacer por ese mismo amor. El amor que sana, el amor que nutre, el amor que salva, el amor que lava, el amor que transforma.

Es el punto en que te das cuenta que tu único derecho divino es a amar, a construir, a crear, mas nunca ha herir.
En la leyenda hindú, el Dios-Gîtâ dice: “Hijo mío, no malquieras a nadie, sé humilde,
sé compasivo”. Y eso implica: “ni siquiera, a ti”.

-¿Cómo dar amor a un otro, si no hay amor dentro, de dónde sacamos entonces el amor que nos falta?
-De la fuente, de la fuente inagotable del amor que devora.

Duelar el Ego. Aceptar la realidad tal cual es. Entender que el punto no es el error, sino su fuente. El punto no es el enojo, sino su causa. El punto no es la ira, sino la necesidad imperiosa de control, de controlar todo lo que pasa afuera, cuando adentro no hay nada. Y es ahí, en ese mismo momento, cuando lo dejamos morir.
Renunciar al apego y a la aversión. Ni lo quiero, ni lo rechazo. Porque respiro en espíritu.
Ni lo uso ni lo suelto. Ni lo amoldo ni me amoldo. Me entrego al experimento de rendirme. Me rindo: Me doy. Porque cuando me entrego a la fuente inagotable del amor que salva, brota en mi alma un amor que se da.

Y el amor entonces va y viene como una rueda de luz, que envuelve todo a su alrededor, y todo se vuelve manifestación de ese amor. Y no existe juicio y no existe necesidad de control, no existen mascaras ni formas disfrazadas de un falso sentir. Todo se vuelve amor, todo pasa a ser parte de la fuente. Y ya no hay un otro: Yo soy en ti y tu eres en mi. Lo que doy, me lo doy y es entonces, cuando dejo de exigirlo.
Soy un canal de energía divina que pasa por mi y encuentra a los otros envueltos de ese amor.

Duelar el Ego. Renunciar a las viejas creencias. Matar la carne. Dejarlo morir, arrancarse el plumaje viejo, ver con el corazón. Ya no hay peligro, ya no hay amenaza, porque si al final del día lo único que cuenta es cuánto amor hemos dado, siempre habremos ganado. 

Natalia Casco 
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18 de septiembre de 2014

La Puerta de La Ley (Paulo Coelho III)


Kafka cuenta la historia de un hombre que, buscando justicia, camina hasta el Palacio de Justicia. Frente a la puerta del palacio, un soldado monta guardia.
Como el centinela no le dirige la palabra, el hombre decide esperar. Espera todo un día pero el guardia continúa mudo.
“Si mira para este lado, se dará cuenta de que quiero entrar”, piensa el hombre. Y ahí se queda.
Pasan días, semanas y años enteros. El hombre sigue frente a la puerta y el centinela sigue montando su guardia.
Pasan las décadas, el hombre envejece y ya no consigue moverse. Finalmente, cuando se da cuenta de que la muerte se aproxima, reúne sus últimas fuerzas y le pregunta al guardia:
- He venido hasta aquí en busca de justicia. ¿Por qué no me dejó pasar?
- ¿Que yo no lo dejé?, respondió sorprendido el centinela. – ¡Usted nunca me dijo qué estaba haciendo ahí! La puerta siempre estuvo abierta, no había más que empujarla. ¿Por qué no entró?
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