Dejarlo
morir. Matar la humanidad. Aniquilar la carne.
Sobrevivir
en alma: en
amor, si todo se trata el final del día, del amor. De
cuánto amor has dado, de cuánto amor te has dado, de cuántas cosas
has hecho con amor y de cuántas otras has dejado de hacer por ese
mismo amor. El amor que sana, el amor que nutre, el amor que salva,
el amor que lava, el amor que transforma.
Es
el punto en que te das cuenta que tu único derecho divino es a amar,
a construir, a crear, mas nunca ha herir.
En
la leyenda hindú, el Dios-Gîtâ dice: “Hijo mío, no malquieras
a nadie, sé humilde,
sé
compasivo”. Y eso implica: “ni siquiera, a ti”.
-¿Cómo
dar amor a un otro, si no hay amor dentro, de dónde sacamos entonces
el amor que nos falta?
-De
la fuente, de la fuente inagotable del amor que devora.
Duelar
el Ego. Aceptar la realidad tal cual es. Entender que el punto no es
el error, sino su fuente. El punto no es el enojo, sino su causa. El
punto no es la ira, sino la necesidad imperiosa de control, de
controlar todo lo que pasa afuera, cuando adentro no hay nada. Y es ahí, en ese mismo momento, cuando lo dejamos morir.
Renunciar
al apego y a la aversión. Ni lo quiero, ni lo rechazo. Porque respiro
en espíritu.
Ni
lo uso ni lo suelto. Ni lo amoldo ni me amoldo. Me entrego al
experimento de rendirme. Me rindo: Me doy. Porque cuando me entrego a
la fuente inagotable del amor que salva, brota en mi
alma un amor que se da.
Y
el amor entonces va y viene como una rueda de luz, que envuelve todo
a su alrededor, y todo se vuelve manifestación de ese amor. Y no
existe juicio y no existe necesidad de control, no existen mascaras ni
formas disfrazadas de un falso sentir. Todo se vuelve amor, todo pasa
a ser parte de la fuente. Y ya no hay un otro: Yo soy en ti y tu
eres en mi. Lo que doy, me lo doy y es entonces, cuando dejo de
exigirlo.
Soy
un canal de energía divina que pasa por mi y encuentra a los otros
envueltos de ese amor.
Duelar
el Ego. Renunciar a las viejas creencias. Matar la carne. Dejarlo
morir, arrancarse el plumaje viejo, ver con el corazón. Ya no hay
peligro, ya no hay amenaza, porque si al final del día lo único que
cuenta es cuánto amor hemos dado, siempre habremos ganado.
Natalia Casco
0 comentarios:
Publicar un comentario